En
setiembre de 2016, publiqué una entrada sobre los 40 años de
La vida perra de Juanita Narboni, la novela de
Ángel Vázquez. Contaba como Emilio Sanz de Soto me habló de ella
nada más conocerle, y al leerla quedé fascinado.
Hoy,
sin querer he borrado la entrada, pero todos salimos ganando al
reproducir este excelente texto.
LA
VIDA PERRA DE ÁNGEL VÁZQUEZ MOLINA, UN ESCRITOR MALDITO
Si
hay algo que no mencionan las guías de Tánger es que La
vida perra de Juanita Narboni,
obra cumbre del hispano-tangerino Vázquez Molina, es una de las
mejores y más originales novelas de la literatura castellana
del siglo XX. Tampoco lo dicen las antologías al uso, y menos aún
es citada desde las cátedras de literatura. ¿Tal vez porque su
autor ni fue prolífico, ni perteneció al parnaso de las letras
hispanas?, ¿porque la novela admite lecturas trasgresoras, desde lo
marica, hasta lo bollo, pasando por lo
transexual?, ¿o quizás porque su autor fue alcohólico y
homosexual? Sea como fuere, Vázquez Molina, considerado como el
último escritor maldito de las letras castellanas, construye en su
novela un alegato original y bizarro cuya última adaptación a la
pantalla, de la mano de Farida Benlyazid, consiguió hacerla popular
entre el gran público.
ESA
PUTA LLAMADA TÁNGER
Tánger
colonial, cosmopolita y seductor. Tierra de nadie y de todos a la
vez, engañosa 'ciudad-mujer'. Escenario que Michael Curtiz
plasmara en su filme Casablanca. Personajes del mundo
anglosajón, como los Bowles, habían desembarcado en
aquella ciudad de las mil y una noches para pasar unas horas, y se
quedaron a vivir en ella medio siglo casi. También allí, un
joven Delacroix descubriría la luz, mucho antes de
que Matisse se perdiera absorto entre el laberinto
multicolor de su vieja medina. Y de que Truman Capote, Jean
Genet, Tennessee Williams o William
Borroughs transitaran las esquinas de aquella urbe decadente
en busca de chicos y de hachís.
De
Tánger surgieron escritores e intelectuales españoles importantes,
como Plácido Fernández, Emilio Sanz de Soto o
Carlos Sáenz de Tejada. También García Lorca, Jacinto
Benavente, Rafael Alberti, Vicente
Aleixandre, Luis Cernuda, Juan
Goytisolo o Carmen Laforet quedaron
enganchados a ella durante las temporadas más o menos
prolongadas que pasaron allí.
En aquella
misma puta llamada Tánger (como la nombraba
cariñosamente el mismo creador de Juanita Narboni), vieja
ciudad atestada de rameras, homosexuales, drogadictos y artistas
expatriados, Ángel Vázquez Molina, entre faldas y
sombreros, abría sus ojos al mundo la noche del 3 de junio de 1929.
ENTRE
FALDAS Y SOMBREROS
Ángel
-su verdadero nombre, Antonio, le recordaba al de un torero- había
sufrido ya desde la cuna misma el maltrato violento de su padre,
Álvaro Vázquez, hombre de oscuro pasado, malagueño probablemente,
que le abandonó de pequeño al único cuidado de su madre, Mariquita
Molina, nacida en Jubrique (Málaga) en 1899.
Desde su infancia, Ángel se refugia en un mundo profundamente
femenino, a las faldas de su madre, dueña de una sombrerería muy
famosa en la medina de Tánger. El mundo de los chismes de las
clientas, chapurreando la yaquetía, extraña
jerga de los sefardíes tangerinos. Vivencias juveniles que le
convierten en un niño tímido, introvertido y solitario y le empujan
a la literatura como bastión contra su soledad. Ese mundo interior
al que más tarde se referirá como sus “habitaciones privadas.”
Tras
estudiar en tres colegios distintos (italiano, francés y español),
a los 18 años Ángel cuelga los libros para ayudar económicamente a
su madre. Va de un empleo en otro, como oficinista, vendedor de
librería, colaborador ocasional del diario España,
o secretario de un bufete jurídico. En sus ratos libres, devora
incansable toda clase de libros, mientras surge en él una
irrefrenable necesidad de expresarse por escrito. Así transcurre su
vida, entre bares, garitos y bibliotecas, que le permiten evadirse de
su asfixiante realidad personal.
A
Ángel Vázquez tan pronto se le ve asiduo de los cócteles más
glamurosos, ofrecidos por Barbara Hutton o sus
amigos Paul y Jane Bowles, como
frecuentando los lugares más apartados de la noche tangerina. Su
afición a la bebida y a los tugurios le acercó a otros hombres que
también buscaban amores prohibidos y fugaces, como el caso de
William Borrough, con quien compartió más de una barra en los
garitos de Tánger.
SE
ENCIENDE UNA LUZ
Su
precariedad económica se agrava conforme avanza la inminente
independencia de Marruecos. Con sus escasos recursos apenas si llega
a fin de mes. Tampoco puede abandonar Tánger, ya que de él depende
su abuela, ya muy anciana, y su madre enferma. En ese angustioso
trance surge su primera novela, de título premonitorio, Se
enciende y se apaga una luz, cuya técnica narrativa tanto
debe a Virginia Wolf, y ambientada en Tánger. Con ella consigue el
Premio Planeta en el año 1962, un
hecho que le anima a seguir escribiendo y le ayuda a tapar algunos
agujeros, para sumergirle de nuevo en la vida hermética de siempre.
Dos
años más tarde escribe por encargo su segunda novela, Fiesta
para una mujer sola (1964), una obra insuficientemente
conocida y valorada, cuya modernidad sigue asombrando a día de hoy.
En la novela, boicoteada en la Feria del Libro por la censura
franquista, con la connivencia de la crítica, aparece reflejada la
contraposición entre aquella rancia España de pandereta,
nacionalcatólica y recatada, frente al Tánger multirracial y
multicolor, donde el hedonismo y el amor libre eran moneda
corriente. Como afirma su editora Sonia García Soubriet, se trata
de “una novela injustamente olvidada que nos descubre una
nueva faceta de un escritor y de un mundo que nadie mejor que él nos
supo contar”.
Para
entonces ya había muerto su abuela y su enferma madre no tardaría
mucho en seguirle los pasos. En 1965, acogiéndose a las ayudas del
gobierno español, abandona definitivamente Tánger, que ya había
dejado de ser aquella ciudad de película. Deambula por distintos
lugares de la Piel de Toro -trabaja, por ejemplo, en el censo
municipal del pueblo malagueño de Jubrique, que
recientemente le declaró hijo adoptivo-, hasta recalar en Madrid,
donde le esperan muchos de sus viejos amigos de juventud,
como Pilar y Eduardo Haro
Tecglen, su fiel Antonio Sánchez o el
imborrable Emilio Sanz de Soto.
Desarraigado
y falto de iniciativa, su vida en la capital oscila precaria de
empleo en empleo, de pensión en pensión, de garito en garito... En
1976 escribe su tercera y última novela, La vida
perra de Juanita Narboni, que, pese a haber sido seleccionada
para el Premio de la Crítica del año 1977, pasa por los anaqueles
de las librerías sin pena ni gloria, editada primero por Planeta y
reeditada por Seix Barral. Habría que esperar a 1990 para verla
recuperada por Virginia Trueba en su excelente edición crítica,
publicada por Cátedra.
SE
APAGA UNA LUZ
Ángel
Vázquez fue un escritor autodidacta y marginal. Novelista genuino y
peculiar, a pesar de lo exiguo de su obra, centrada en sus tres
novelas ya aludidas, fue además autor de nueve cuentos y una obra
dramática inacabada, El verano de las lechuzas (1962).
Su novela breve El cuarto de los
niños quedó finalista del Premio Sésamo de
Novela Corta, en el año 1956.
Los
últimos años los pasa Ángel en una casa de huéspedes madrileña,
en el número 98 de la calle de Atocha, a la que solía referirse
como “la mansión de Drácula”. Alcohólico, desahuciado y
vitalmente acabado, sigue acudiendo a la escritura como último
refugio, entre “infusiones de whisky o de tintorro”, según
estuviera el bolsillo. Un ataque de corazón acaba con su vida, un 25
de febrero del año 1980. Horas antes, había quemado sus dos últimas
novelas, que no llegó a concluir.
Placa de reconocimiento, en la calle Atocha 98, donde murió.
EL
LENGUAJE SINGULAR DE JUANITA NARBONI
La
vida perra de Juanita Narboni es una novela
sorprendente, estructurada sobre un monólogo lleno de crispación y
de amargura, que gravita en tres pilares: el lenguaje tangerino, la
vida en el Tánger liberal premarroquí y el universo femenino de la
protagonista. Así, Vázquez Molina construye un testimonio impagable
sobre el fin de una época: la ineludible y progresiva marroquización
de Tánger y la consiguiente diáspora de las familias judías
tangerinas, que junto a sus negocios, llevan consigo su peculiar
lenguaje, la yaquetía o haquetía,
ese extraño castellano con mezcla de hebreo y árabe. La novela
constituye así, además, un documento filológico excepcional y de
impagable valor.
Juanita,
al igual que el mismo Vázquez Molina, se mueve dentro de un universo
poliédrico, multifacético, como una hidra emocional en la que todos
y todas podemos vernos reflejados. La Juanita quejumbrosa de su
hermana (la moderna, la guarra). Juanita la frustrada sexualmente,
quejándose de su Adolfito, que la dejó plantada por Pepe el
Bombero. La procaz y deslenguada Juanita, la solterona, con sus
manías y continuas borracheras, la que aguanta impasible su fiel
criada Hamruch. Juanita la políglota, o mejor, la multilingüe,
hablando su jerga personal mezcla de andaluz, jaquetía,
francés y llanito (ingles gibraltareño).
Las
dos versiones cinematográficas que ha tenido la novela, una española
de Javier Aguirre, con el título de Vida perra (1982)
y la actuación de Esperanza Roy, y la más reciente,
hispano-marroquí, en 2005, de la directora Farida Benlyazid,
han contribuido, sin duda, a popularizarla cara al público, aunque
ninguna de ellas llegue a reflejar toda la enjundia que contiene la
novela original.
UN
ALMA KAFKIANA
Ángel
Vázquez podría haber sido un personaje de Kafka. Desarraigado del
mundo exterior y de su propio mundo, al que detestaba y temía, buscó
su refugio en la bebida y las drogas, que le hacían olvidar su
constante sinvivir. En el año 1966 escribe a su amigo Emilio Sanz de
Soto, a quien abre su alma desgarrada: “Yo también soy un
corrompido. Sin fe en Dios, egoísta y sin ninguna confianza en mí
mismo. Homosexual, alcohólico, drogado, cleptómano...” Tan
sólo en algunos momentos gloriosos la literatura lograba sacar de él
todo cuanto de bueno atesoraba su interior, y lo hacía de una manera
natural, casi sin proponérselo. Por eso fue un escritor tan poco
habitual, tan escaso, tan marginal, tan desconocido a fin de
cuentas...
En
el prólogo de su antología de cuentos, Ángel Vázquez expresa con
humor cómo el destino le había jugado una mala pasada desde el
mismo momento en que sus ojos se abrieron al mundo, condicionando de
alguna manera su apego al alcohol. Su nacimiento prematuro se produjo
mientras que la madre de Ángel asistía a una fiesta. La anfitriona,
madame Brusson, la emborrachó con champán como anestesia
improvisada en el parto. Además, una negra de Larache tuvo que
amamantarle durante las primeras semanas, dado que la Sombrerera no
podía darle el pecho en condiciones.
Ángel
era homosexual y nunca lo ocultó. Pero tampoco le gustaba su manera
de actuar. Tuvo muchos encuentros efímeros, pero ningún amor
correspondido. Atrapado en las redes de la prostitución masculina,
solía frecuentar los garitos sórdidos y tabernas de mala muerte.
Nunca hizo alarde de su inclinación, tal vez porque detestaba la
manera de ejercitarla. En una ocasión, envió a su amiga y
confidente Jane Bowles la única confesión escrita que tenemos de él
sobre la clase de hombres que le gustaban: "Odio a los efebos
de esta playa de Tánger, al que el rico turismo anglosajón ha
convertido en un prostíbulo dorado y al aire libre. Lo mío son los
militares ya maduros y sin graduación, los curas a la española,
barrigudos y catetos, y los que riegan las calles de noche
encapuchados en sus uniformes amarillos".
Con Emilio Sanz de Soto
HABITACIONES
PRIVADAS
Posiblemente
Ángel nunca llegó a creerse del todo sus posibilidades como
escritor. Él mismo solía decir con ironía que era incapaz de hacer
literatura social por ser un hombre pobre, ya que la sociología sólo
le interesa a los burgueses. Fue su amiga Jane Bowles,
quien compartía con él sentimientos e inquietudes, la primera
persona que le convenció de su talento y le animó a tomarse en
serio su oficio de escritor. También creyeron en él otros amigos y
colegas, como Carmen Laforet, Eduardo Haro o Emilio Sanz de Soto.
Injustamente
olvidado, tras varias décadas, con este sencillo homenaje a su
memoria queremos poner nuestro peculiar grano de arena en esa playa
de soledades por la que tropezaron los pies descalzos de sus Juanita
Narboni, Cristina y otros personajes femeninos inventados por él. A
través de todas ellas, Ángel plasmó de una forma singular,
valiente y controvertida sus inquietudes, frustraciones y vivencias
en un mundo a punto de extinguirse.
Sólo
por eso vale la pena recordar y leer a Ángel Vázquez Molina, el
último maldito de las letras hispánicas.
A
Mariano, amante de hombres y tabernas,
con
mi recuerdo y eterno cariño.
LA VIDA PERRA DE ÁNGEL VÁZQUEZ MOLINA, UN ESCRITOR MALDITO
LA VIDA PERRA/ UN DOCUMENTAL SOBRE ÁNGEL VÁZQUEZ
https://encuentrosconlasletras.blogspot.com/2006/11/la-vida-perra-de-juanita-narboni.html