viernes, 7 de noviembre de 2025

César Montaña, escultor.

 



Pasión e ironía de César Montaña


Quien se arranca el corazón del pecho y lo saca a la noche y lo lanza a lo alto,

ése no yerra el blanco,

ése lapida la piedra,

a él le suena la sangre del reloj,

a él le da su hora el tiempo en la mano:

él puede jugar con pelotas más bellas

y hablar de ti y de mi.


Paul Celan

Amapola y memoria


¿Cómo reconstruir lo que ya no es?

Antes de que el cambio sea definitivo y lo desconocido dé una imagen distinta

de nosotros mismos, de nuestro recuerdo. Llego al estudio de César Montaña de la

mano de Mila Rodero al encuentro de Leni Lehmann, que cuida la memoria de su

esposo con devoción. Cuida y descubre hoy todavía. Forjada en la música y en la

danza, Elena Lehman es como un río de palabras que transcurre suave y poderoso,

movida por un profundo amor, sin dudar en su papel de eco, de rumor, de entrega, de

testigo, de deber.

Va descubriendo algunas esculturas que ella protege, abriendo cajones llenos

de dibujos, carpetas repletas de recortes, críticas de exposiciones, catálogos, cartas...

Me deja a mi aire en el estudio para que me impregne, para tratar de captar la esencia

de aquel hombre que amó el arte como la vida.

Hay una vitrina que ella conserva ¿por cuánto tiempo? a modo de relicario

cotidiano del escultor, y a mi me fascina esa pequeña cámara de maravillas. Ese

armario transparente lleno de caracolas, estrellas de mar, esculturas precolombinas,

tazas de metal con restos de pintura, gafas, muchas gafas, sellos de estampar,

frasquitos de Pelikan y de tinte Wunder, plumas de ave colocadas a modo de lapiceros

o pinceles dentro de un bote, piñas, bocetos de primeras esculturas en cera, en

poliespán; rotuladores, cajitas de pinturas al pastel, pinceles...

Voy tocando las esculturas porque me siento algo ciego, siempre me ha

parecido la escultura una de las cosas más difíciles sobre las que escribir, tan unida

por otra parte a la creación misma, el mito del barro como origen de la vida, el primer

escultor que convierte el barro en el primer hombre. Luego el escultor participando de

esta mitología siempre tiene algo de dios, y a la vez la estatuaria cumplía su función

de poder, como la escultura participa de las estrategias del poder.

El estudio de César Montaña da a un gran patio compartido por otros estudios,

de los que fueron amigos y compañeros, y lucharon conjunta y vitalmente durante un

largo periodo. Hoy todo ha cambiado bastante, y en la parte de Montaña la hiedra

crece con su singular resistencia, el verdín se apodera del cemento y la fuente central

hace imaginar otro tiempo de tertulias, famosas en los que tuvieron la suerte de

disfrutarlas, en encendidas y luminosas luchas dialécticas. Tanta gente pasó por el

estudio: amigos, alumnos, coleccionistas... y la conversación nos lleva a la presencia

de dos nombres ya casi míticos: Juan Lladó y Matilde Fernández-Urrutia.






No sé por qué, pero siempre me he sentido atraída por los hombres que llevan gafas.

Marilyn Monroe


Nunca mi forma de caminar ha sido premeditada. La gente dice que ando

contoneándome, pero ignoro lo que quieren decir. Lo único que hago es caminar.

Nunca en mi vida me he contoneado deliberadamente, pero toda mi vida he tenido

dificultades con personas que afirmaban que lo hacía. En la escuela superior las

demás chicas me decían: "¿Por qué cruzas el vestíbulo de esa manera?". Creo que

los chicos me miraban y eso las ponía celosas, pero les contestaba: "Aprendí a andar

cuando tenía diez meses, y he andado así desde entonces".

Marilyn Monroe


Quizá a alguien le parezca un poco frívolo establecer un paralelismo entre la

creación escultórica y la forma de andar de Marilyn Monroe, y a mí no deja de

hacerme gracia su declaración de interés por los hombres con gafas, y nuestro escultor

llevaba gafas y acabó haciendo su Marilyn.

Una escultura especialmente curiosa que huye de cualquier guiño pop, que ha

explotado hasta la saciedad a la actriz, y la introduce de lleno en su meollo

escultórico. La obra, realizada en los noventa, es otra mirada original y profunda del

artista al eterno femenino, creando una venus arcaica que a la vez podría ser una

asturiana bien oronda, alimentada de fabadas y arroz con leche o una italiana bien

horneada en pizza, pastas y salsas surtidas.

Es curioso que esta búsqueda de la esencialidad que caracteriza la obra de

Montaña encuentre una dimensión para mí casi irónica con esta versión de uno de los

mitos del siglo XX. No menos indagadoras en la esencia de la mujer son la Venus

acuática y la Flamenca del tablao de la misma época. La mujer a lo largo de su obra,

la diosa, la maternidad, el arquetipo femenino es una de las esencias de su obra, que

da una vuelca de tuerca con la Bailaora arcaica (1973) y halla un camino con la

divertidísima Venus de la patata (1980), que sin duda hubiese hecho las delicias de la

Agnes Varda de Los espigadores y la espigadora, esa genial película que se acerca a

las miserias y contradicciones de nuestra sociedad con sentido del humor y muchas

dosis de cariño e inteligencia.

Pueblan el trabajo de Montaña mujeres que son arquetipos de diosas (la mirada

clásica) y a la vez son mujeres reales convertidas en arquetipos, que reflejan algo tan

real como su famosa Sillera, con la que consigue un equilibrio acrobático y una idea

de movimiento perfectos.

Ha peleado desde el principio con cariátides, bacantes, venus, torsos... El

Boceto andante cantabile (1964), sería también una de sus apropiaciones del mundo

de lo mujer. A medio camino entre el sueño y el despertar, a la vez en el instante

profundo de una danza, la figura se despereza, o se protege, o sugiere el momento

previo a la confidencia o el éxtasis.






Esos instantes en los que basta un recuerdo o menos aún para deslizarse fuera del

mundo.

Todo sucede demasiado tarde,

todo es demasiado tarde.


E. M. Cioran

Ese maldito yo



El otro estudio, el de Vegadeo. La otra vida, la infancia. Aquella casa familiar

a la que siempre fue fiel, y hoy sería una excelente sede para su fundación y el museo

que albergase su obra y su legado. Que gran museo/fundación que incluyese también

un museo de los curtidos, que tanta importancia tuvieron en nuestra economía y un

museo de las profesiones hoy casi ya desaparecidas, como los herreros, un poco a la

manera del Museo Vostell en Malpartida de Cáceres y su apartado dedicado a la

trashumancia.

Esa casa que es memoria de otro tiempo -y miedo nos da- casi condenada a

desaparecer. Leni me va enseñando fotografías de distintas épocas: los grandes patios,

el palomar, los miradores, las escaleras de madera, el embarcadero (hoy

desaparecido). Su estudio que atesora herramientas de oficios artesanos, igual que los

cuentos que escuchaba de niño, historias maravillosas de una cultura oral ya perdida.

Qué espanto la pérdida. Es tan fácil danzar, huir: los tejados se derrumban, la polilla

se va apoderando de muebles y libros, la madera se va desencajando...

César Montaña fué siempre fiel a Vegadeo y a su historia familiar. En sus

largos veraneos nunca faltó a su cita fecunda con sus raíces. En fotos familiares se les

ve también sobre la barca en la que navegaban. Dos mundos, Madrid y Vegadeo, que

le decidieron a "intentar hacer arte en este país magnífico y brutal que es España".

Y es cierto que hay algo profundamente español en su obra, algo que no ha

sido suficientemente esbozado ni desvelado, entre otras razones por la terrible ruptura

que supuso la guerra civil, y como la esencia de lo español quedo tan a la deriva e

irremediablemente dañada. Algo de la continuidad republicana pudo llegarle a

Montaña por la educación que recibió, en un colegio con profesores republicanos

rescatados del exilio interior, creado en su Vegadeo natal, sin faltar la lectura de

Ortega y Unamuno en la importante e interesante biblioteca familiar.

El mundo de Vegadeo es también para el escultor el mundo de los indianos y su

influencia en la cultura española contemporánea, un mestizaje de ida y vuelta en lo

económico y en lo cultural.







Son, pero no objetos,

que no se pierden nunca, aunque se pierdan.

siguen para siempre,

viven en nosotros mismos, en ellos y con ellos vivimos.


José Antonio Muñoz Rojas

Objetos perdidos



Recuerdo la primera obra que me emocionó. O mejor, la primera obra en que

descubrí a Montaña: se me reveló. Era Pareja (1970), un bronce con el que jugaba en

mis manos. Y de pronto la escultura tomó vida propia, es decir, creo que atisbé, me

fue revelada la idea del escultor, su descubrimiento, su voluntad de ser en el espacio.

Aquél profesar en lo apolíneo, que escribía Rosa Chacel. Intuí a ese inmenso escultor

en toda su grandeza, en apenas 40 centímetros.

Explicarlo, ya es otra cosa. Repetirse, machacar sin descanso. Comunicar en la

aparente sencillez de las formas, su cierta tosquedad primigenia y elaborada, su sed de

infinito. Ya lo han dicho, su sed de verdad.

Intentar hacer verdad con el arte, con la vida. Ansia de verdad. En estos

tiempos de repetición, cosmética, cirugía -cómo no- estética. En estos tiempos de

parques temáticos elevados a la categoría de las bellas artes, de fuegos de artificio y

ceniza, la obra de este escultor que cambió España por Roma para sumergirse en un

pasado del que somos, ya no le pudieron hacer comulgar con ruedas de molino,

porque es seguro que además las valoraba mucho. Encontrar la esencia común al arte

de todos los tiempos desde el que le tocó vivir, esa era su tarea.

Es especialmente relevante su amor por la obra única, su deseo de hacer

pequeñas ediciones, su preocupación por el aura benjaminiana y la pérdida de valor de

la obra de arte en su reproducción, así como la cuestión de la medida. No todo vale

para ser grande. El tamaño de una obra es esencia de la misma, no puede aumentarse

una obra a placer cuando no ha sido concebida para otra medida, cuando no ha sido

concebida sin medida.






algo nuestro es de fénix y ceniza,


y de resurrección y de pavesas.

Vivimos como huéspedes del fuego.

Carlos Pujol

Desvaríos de la edad



He elegido tres obras que desarrollan complementariamente la línea de trabajo

de nuestro autor: El herrero (1957), Ícaro (1968-70) y Garabato de fuego (1968).

Como en una imaginaria coreografía de un trío. No es difícil imaginarse al herrero

volando hacía el sol y convirtiéndose en fuego. De alguna manera el herrero es una

metáfora de la creación y del trabajo del creador, artesano o no, Vulcano también. El

artista, el creador necesita siempre más. ¿Pero se puede soñar hoy ser Ícaro? .

Samaniego se refería a la escultura como "un Ícaro tosco y primitivo, mítico y

de fuerte expresividad, mitad humano y mitad águila o murciélago, con membranas o

alas en el torso y los brazos". La clave que nos da, murciélago, es muy sugerente. No

es un ángel, no es un águila, es más bien un murciélago, no un poderoso vampiro,

mito ambiguo y más atractivo, pero que tendría un terrible problema: la luz del sol.

Montaña crea un Ícaro humano, demasiado humano. El hombre en duda,

agónicamente unamuniano. Volar con la mente, el dolor de los límites físicos, la tarea

misma del escultor.

Rodero la considera una obra alusiva al arte y a la libertad, a la lucha entre la

realidad y el deseo. No sabemos si el Ícaro de Montaña ha iniciado el vuelo -parece

que no-. Se protege de la luz y a la vez descubre el dolor de la imposibilidad de volar.

Y entonces aparece la síntesis perfecta: el fuego no me va a destruir, porque yo creo el

fuego. Y así resuelve el problema, con su garabato de fuego.

Y es curioso que algo de garabato de fuego final tiene su último dibujo, Danza

final, hecho con un rotulador edding, síntesis también entre dos mundos que le

vertebran: la mujer y el fuego.

Pero sorprende Montaña al acercarse a su obra por su capacidad de amar

mundos tan diferentes. Si hemos hablado de sus esculturas más grandes, de sus

pasiones de hierro y fuego, el yunque como metáfora del trabajo y de la creación, en

las últimas obras -él que fué tan versátil- descubre un material tan sencillo como las

cañas de bambú, que le permiten conseguir unos resultados sorprendentes,

enormemente poéticos, en el que la sombra se convierte en parte aliada de la

escultura. Al verlas fundidas en metal, se disfruta el acierto conseguido desde la

fragilidad extrema, se descubre la fuerza de lo frágil, como han sabido siempre los

orientales.

En El pensador, Concierto de bombardino o Avanzando hacia el futuro,

vemos con sorpresa como la levedad también es un camino para desentrañar los

grandes temas, o para reposar, como en un juego y construir la poesía de otra manera.








Quisiera que tú me entendieses a mí sin palabras.

Sin palabras hablarte, lo mis


mo que se habla mi gente.

Que tú me entendieses a mí sin palabras,

como entiendo yo al mar o la brisa enredada en un álamo verde.


José Hierro




La casa de César Montaña y Elena Lehmann en Madrid, a la que siempre

fueron fieles, conserva la esencia del diseño de Carvajal en los sesenta: materiales

sencillos, mucha luz y un lujazo de árboles y vegetación rodeándola. Ser fiel a una

casa es ser fiel a un tipo de vida y más hoy en un país que fagocita su memoria

urbanística y arquitectónica, que destruye sin piedad cualquier vestigio de otro tiempo

en aras del progreso, la modernización y el dinero.

Pocas casas respiran tanta vida, esa sutil memoria de la persona, del artista, de

la vida en común de una pareja, de su historia familiar. Cuadros de Beulas, Abuja, J.

Fin, Aguayo, Colmeiro, Brustlein, Ángel Medina, Reyes Torrent... Una fotografía de

César Montaña con el ojo izquierdo muy abierto y el derecho cerrado, que Leni rodea

de hojas secas, que a él le gustaban tanto. Dibujos de su última época, sobre todo

flores, le regalaban muchas y Leni insistía. Y la vista de las ventanas, ese árbol que

tenía pintado y analizado hasta lo imposible, y los pájaros. Esos dibujos en sesiones

muy rápidas cuando ya no tenía fuerzas para nada, cuando ya empezaba a depender de

la morfina...

Escribe John Berger a propósito de Rodin que sus famosos dibujos, a menudo

sorprendentes, no parecen sino hojas o flores prensadas. Y realmente hay una

coincidencia inquietante en los dibujos de escultor. No están contaminados por la

fotografía, lo cual les dota de una extrañeza y una dificultad no siempre fáciles de

apreciar a primera vista. Provocan una inquietud añadida. Montaña pinta en dos

dimensiones, y a pesar de los temas amables o cotidianos: la casa de Vegadeo, flores,

árboles floreciendo... los dibujos tienen una tensión especial. No hay engaño para el

ojo. Como hojas guardadas en un libro, así nacen sus dibujos, ya convertidos en

memoria. Este proceso tan extraño y a contracorriente de las modas imperantes nos

dice algo más de la manera de trabajo del artista, de su compromiso estético, de su

concepción de la forma.






El agua de la vida


se nos cae del cuenco de las manos

del que apenas bebemos

y nos vamos...


César Montaña



Descubrir a Cesar Montaña hoy, siglo XXI ,es una tarea que me parece

apasionante. Hay en su obra la impronta de una fuerte personalidad, en lucha con el

mundo. De un profundo amor a la tradición surge su necesidad de revivirla en cada

obra. Su situación apartada de las corrientes hegemónicas del panorama artístico, le da

un poso de libertad, aunque vivida indudablemente con la sombra de la amargura, de

la duda al medir nuestro trabajo con el de otros artistas con los que la comparación es

inevitable. Hay que añadir también las luchas de poder -real y simbólico- entre las

escuelas de arte y la universidad, unidas a las dificultades del control del mercado por

parte de los artistas.

Siempre en lucha con la propia obra, incentivado con la labor docente, siendo

uno de los profesores que dejaba huella en sus alumnos, y cuya memoria sigue viva en

ellos. David Lechuga, por quién el sintió tan grande pasión académica, es sin duda su

heredero más fascinante, el que encontró forma de crear su propio estilo y despegar

con fuerza en el terreno del arte. Ya a finales de los setenta, Marín Medina le veía a

pesar de sus extrema juventud creador de una de las obras más asombrosas de nuestro

panorama artístico, "empeñado en proposiciones escultóricas excelentes por su

calidad, su verdad y su radiante interpretación del mundo". Hoy David Lechuga es

un clásico de sí mismo y ha creado una iconología muy seductora de pequeñas

deidades cotidianas, en las que hay que resaltar también el encantador esmero de sus

pátinas y policromados. Y puestos a imaginar, claro, me veo a su Arlequina

coqueteando amistosamente con la Marilyn montañiana.

El generoso trabajo de Mila Rodero para catalogar la obra del que fuese su

maestro -aunque luego ella eligiese la fotografía- es hoy un referente imprescindible

para acercarse al mundo de César Montaña. Con paciencia y tesón ha creado el corpus

necesario para que Montaña inicie su camino en el siglo XXI. Su libro es también un

testigo fundamental de la biografía, la forma de pensar y trabajar, en definitiva la

forma de crear, vivir y entender el mundo de nuestro escultor.

Hay muchas miradas posibles a la obra de César Montaña. El ciclo de

exposiciones que ahora se inicia nos permitirá descubrir muchas más. Su deseo de

verdad, su agónica duda que se me antoja tan ¿nietzcheana?, la capacidad de su

trabajo para trascender el espacio, pero también abierta a la ironía...Hay muchos

Montañas en Montaña. Y disfrutarlos es un placer.


Jesús Gironés

abril 2007

Texto para CÉSAR MONTAÑA. Energía y sensibilidad en el espacio

Gobierno del Principado de Asturias




Leni Lehmann y Mila Rodero, alumna y experta en la obra de César Montaña


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