El chico wrangler de Ana Rossetti fue casi un himno. Recuerdo que le dejé mi ejemplar de Indicios vehementes a Ute Kadner, que en principio pensó que era un regalo. Al devolvérmelo tuve la suerte de que estaba lleno de anotaciones personales.
Conocí a Andrea Luca, y la llevamos a leer a El Foro. Por aquellos tiempos tenía una taller de encuadernación. El poema nunca se ha borrado de mi memoria.
El último deslumbramiento ha sido el de Nuria Ruiz de Viñaspre. Al leerlo pensé que un ciclo se cerraba. Eran un cuarteto perfecto. A la manera de Alejandría, escribo, y sonrío.
y supe al fin lo que era
el violento arrebato, la agilidad vibrátil,
cavidades melosas en la carnosa pulpa
suavemente entreabierta
hasta el linde dehiscente,
el perfecto engranaje,
la densidad precisa de jugos derramados,
la inclinación debida,
la posición exacta,
y la sabiduría del mutismo,
la belleza de un glande.
Chico Wrangler
Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Andrea Luca
En el banquete
1987
Se ha dirigido a mí
el muchacho de la esquina.
El joven geisha de pantalón vaquero me ha cogido de la mano.
Le he acompañado hasta el parque
y encendiéndome un cigarrillo
le obligué a masturbarse.
¿Qué lluvia guiará los caracoles hasta la tumba de Pasolini?
VIII
EN la longitud del cuello de mi útero
Se esconde el verso más sucio
El verso de la sin razón y el vicio
El vicio de atragantarme
Con tu semen de adolescente
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