lunes, 9 de marzo de 2015

Buscar las huellas del pasado...

Buscar las huellas del pasado nos obliga a veces a ser detectives poéticos


Buscar las huellas del pasado nos obliga a veces a ser detectives poéticos. Reconocer a la hermana  de una tatarabuela en una fotografía, o el hermano de una bisabuela, que murieron tan jóvenes. Reconstruir el pasado a partir de indicios, de memoria rota, fragmentaria, imaginada.
Piezas de un rompecabezas sin instrucciones al que faltan algunas piezas definitivamente. Los que tenían las respuestas murieron antes de que tú nacieses. Memoria en baúles, payos, cómodas, en cajas.
Imagino preguntas, rostros voces/ y convoco presencias y lugares/ para hacer el ayer con dos futuros/ tuyo y mío, que instauro a cada instante”. (Amada Marta. Miquel Martí i Pol).
A veces me gustaba juguetear a que la herencia material de uno de mis abuelos se reducía al reloj sin tiempo y a la brújula sin dirección, porque las dos piezas tenían las agujas desaparecidas –el reloj- o caída  -la brújula. Luego descubrí entre mis más preciados tesoros los mantones de merino, con algo de polilla. Esas huellas del tiempo que intenté aprender a ver con más placer que dolor. Y comencé a disfrutar con la pequeña arqueología de la memoria. “Lo que podíamos responderte se ha perdido./ Puede hablarte –si tú ,muchacho, sabes el mudo// nuevo lenguaje suyo de muchacho- tan sólo/ quién allá abajo quedó, en la luz del llanto…” (Pier Paolo Pasolini. La religión de mi tiempo).
Empecé a disfrutar con hojas encontradas entre las páginas de los libros, con poemas de comerciantes entre las reglas de su oficio, con dedicatorias en estampas de vírgenes y felicitaciones de onomásticas escritas también en imágenes de vírgenes y santos. Cada papel era un pequeño tesoro. Cada caligrafía me parecía una pequeña orgía disciplinada. Casi no sé si realmente puedo imaginar la vida en aquellos rostros. Pero me reconozco en miradas, manos, gestos. O reconozco a otros más cercanos. Porque aquellas fotos si que amortajaban el presente en todo su esplendor. “retazos así/ que de retazos es la historia que nos cabe/ como gotas de sangre en un álbum ya sin fotos/ perdido en el trastero/de una casa/al borde/del derrumbe”. (Mario Merlino. Arte cisoria”).
Cuando estás lleno de preguntas los principales testigos han desaparecido. Por eso las pocas frases que rescatas te parecen tesoros. Y casi siempre surgen por azar. Los cajoncitos de una antigua maquina de coser pueden descubrirte placeres que ni imaginabas: fotos para antiguos documentos de identidad, cajas metálicas de tabaco llenas de botones y todo tipo de misceláneas  que hacen las delicias del voyeur en que te has convertido. Los recuerdos cobran vida como hojas de primavera a cambio de su significado incierto. Es la alegría de los objetos y las imágenes, ya no “Esa sombra que se escapa/ doloroso perfume de recuerdos”. (Mar en la sangre. Ángeles Navarro Guzmán).
Nos vemos creando y recreándonos en un pasado más cerca del sueño y la imaginación. Una historia de amor al fin y al cabo. Como un árbol genealógico sentimental para familias sin los papeles en orden, porque la muerte y el olvido escriben y sepultan con eficacia. Y a veces nos gusta, nos fascina, empezar con la chamarilería para hacer castillos en el aire, sobre las tumbas en las que ya no hay quién distinga los nombres, ni casi las tumbas, que la especulación también ha entrado en los cementerios, por muy sacramentales que fueran. Los que amamos y fuimos amados nos entretenemos en sacar nuestras cajas y jugamos con el pasado. Nos rebelamos. “Cuando está el leño en el hogar,/más no la llama viva./ Cuando es el rito más que el hombre/. Cuando acaso empezamos/ a conjurar palabras que no pueden/ conjurar lo perdido”. (El fulgor. José Ángel Valente).

(Publicado en el último número de Platea, mayo 2011)

 Antepasado desconocido
La casa de mi tatarabuela Petra Moreno de la Riva, donde nació mi bisabuela Marcelina y  mi abuela Pilar. En el balcón, probablemente Pilar Herreros (otra bisabuela) y y su hermana Bárbara. Actual Ayuntamiento de Ortigosa de Cameros (La Rioja). 1920.
                                                                     Mi madre, Pilar. Hacía 1936.

 Grupo ortigosano. De izquierda a derecha, la segunda mi tía abuela Carmen Marín, la tercera Carmen Nájera y la quinta mi abuela Pilar.

 La tía Alberta. Alberta Martínez de la Riva. Fotografíada por Kaulak. ¿1927?

                                                            El tio Francisco, hermano de mi bisabuela Marcelina.
Nota filosófico-moral.
Ortigosanas vestidas de serrana. La segunda de derecha a izquierda, mi abuela Pilar. Fotografía de A. Muro,  principio años treinta. Digitalizada por Cámara Oscura.

PLATEA. Revista cultural (número 32)
Coordinación editorial: Carlos Delgado Mayordomo

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