sábado, 8 de julio de 2017

"El Emparrado", de María Antonia Ortega.

Hortensias bajo el emparrado, en la casa familiar de María Antonia Ortega, en Béjar.






EMPARRADO II



(…) los ndembu piensan que la mujer, al no engendrar hijos y desperdiciar su sangre menstrual, está renunciando activamente al rol que la espera de mujer madura y casada. Está comportándose como un hombre matador y no como una mujer nutridora. Es una situación análoga, aunque modificada por la matrilinealidad, a la de esta declaración del antiguo código judío de Quaro: “todo hombre está obligado a casarse con una mujer para engendrar hijos; y aquél que no cumple con este deber es como uno que derrama sangre”.

SÍMBOLOS EN EL RITUAL NDEMBU, Victor Turner




Dichosa la estéril sin mancilla… cuando sean juzgadas las almas se verán sus frutos.

SABIDURÍA 3:13



Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotros y vuestros hijos, porque mirad, llegará el día que dirán: dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado.

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 23, 27-31



No solo había escarnecido la moralidad de la institución familiar, sino que, además había escarnecido la economía del matrimonio, que consiste en la producción de hijos, demostrando públicamente que se puede ser estéril a elección y con absoluta impunidad.

EN LA CIUDAD, William Faulkner



La sentencia más profunda que se ha escrito jamás -dijo lleno de entusiasmo Temple- es ésta con la que termina el libro de zoología: la reproducción es el principio de la muerte.

RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE, James Joyce




El retrato de mis padres jóvenes,
mi Dios.

ARABESCO:
Nacídelentusiasmodelabellezadelmomento.

Mis padres se doblaron
con la luz de la tarde,
plegándose
como las sillas de lona a rayas
del emparrado.

Ah, mis padres eran todavía
demasiado jóvenes y bellos
para resignarse.
Nací de su entusiasmo.

Ahora vuelvo a la casa de mis abuelos,
a la Casa del tiempo:
su latido todavía como un niño
jugando al escondite inglés
en la eternidad,
intercambiando para su álbum de cromos
el paso de las horas
por el compás de unos remos.
La casa de los abuelos es ahora
un arado flotando en el mar.
Después de tanto tiempo,
¿me reconocerán, sabrán quién soy,
ahora que el huerto está abandonado,
y hay en él más pájaros que flores?

Porque no me he reproducido
multiplicándome,
sino dividiéndome sin fin, sin fin
en círculos concéntricos hacia dentro

No he vuelto a la casa del padre,
sino a la de los abuelos.
más lejos todavía.

Quede mi memoria, abuelos,
aunque sea de forma efímera,
entre las ondas del agua
como una corona de flores
o un ramo de novia deshaciéndose,
y no sobre las huellas del barro seco.

No he dado muerte, no he dado vida, no he dado muerte.
no he transmitido la condición mortal;
pero este camino es también tan largo
como el de las generaciones,
y se refleja en algunos rostros
como los padres en los hijos.
Escribo poesía,
escribo poesía
porque he salvado así
la vida de mis hijos.
















El Emparrado, María Antonia Ortega. Colección eMe. Ediciones La Palma. Madrid, marzo de 2014.

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