Ánima
(A partir de la obra de Nacho Casares)
Entré sin saber muy bien dónde entraba. Al poco rato, sentada con mi copa de ginebra en la mano, me tranquilicé. Era como si estuviese en uno de los cafés de Modiano, pero no pensaba suicidarme. Todavía. Entonces me fijé por primera vez en el dibujo.
La casa de mis abuelos. La extraña torre me recordaba a la casa de mis abuelos. En la que nunca había estado. Se fueron, dejando a mi madre, que era una niña, con sus tías. Mi madre creció viendo fotos de un edificio demasiado alto para lo que ella podía ver por aquí. Se imaginaba volando alrededor del edificio. Pero todas las ventanas tenían cristales incrustados en los ladrillos. No se podía abrir. A ella le extrañaba mucho eso de que las ventanas no se pudieran abrir.
Me vi mirando al techo. Las formas redondas de las lámparas eran un deleite para mi vista. El pensamiento volaba voluptuoso. Brillaban sin ostentación, y también me llevaban al pasado. Qué suerte haber encontrado un sitio así en un pueblo tan feo. Justo cuando bajaba del tren llamó él, que se retrasaba unas horas. ¡Unas horas! Salí furiosa de la estación y tiré como la cabra al monte. Entré pensando que entraba en una librería y me encontré con la sorpresa del bar.
Qué gracia el dibujo con las salchichas de colores. Y la señora… Era mi madre sin duda. Así me la imaginaba yo, contenta de haber llegado tan lejos. A pesar de no poder entrar. Soñando todavía con que se podía entrar. Los tamaños no encajaban. ¿Encaja algo en mi vida? ¿Ha encajado algo alguna vez?
Mis abuelos no existen. Se van a vivir muy lejos su amor. Mi madre no entra en sus planes, claro. ¿Cómo pudieron tener ese desliz? Tan jóvenes. Ellos eran inconscientes, felices. Y dejaron que su hija creciese fuera del mundo, con esas mujeres fuera del mundo. ¿Acaso había otra vida posible? Vivieron esa extraña vida de flores, patrones copiados de revistas de París, meriendas eternas. Siempre recibiendo a curas. ¿No había otros hombres? Imagino que no. Los hombres mejor lejos. Unos habrían muerto, los otros se habrían ido.
Un traje para cada ocasión y para cada estado de ánimo. Y juegos de café, de té… Porcelana china, checoslovaca, gallega, asturiana. De Meissen. Y esas figuritas tan caprichosas: gnomos, sátiros, hadas, gatitos, lucinas. dromedarios, elefantes, unicornios, caballos…Yo lo conocí ya todo deslavazado. Pero recuerdo algunas historias. Eran felices sobre todo bebiendo champán. No desperdiciaban ocasión. Mas de cien copas romperían, decía mamá.
El hombre del traje de chaqueta, ¿Que hace?¿Sujeta el edificio?¿Lo levanta?¿Lo va a arrojar al vacío? Y está de espaldas. De espaldas, como siempre. Todo tienen que hacerlo de espaldas a nosotras. De espaldas a mí, por lo menos. Y ella parece feliz. Se abraza al edificio. Parece que tiene un brazo dentro. Claro todo es un sueño. Espero que se despierte antes del batacazo. Ni casa, ni padres, ni nada. Eso si. Le encantaba beber los restos del líquido dorado, que parecía pis, de las copas de champán de sus tías.
Entonces también volaba. Siempre acababa buscando refugio en la cama de alguna muchacha, la mas cariñosa, la que mejor olía. Caía dormida, y a la mañana siguiente la trataban como a una reina. ¡Ay, aquellas jícaritas de chocolate…!
Jesús Gironés Martínez
I CONCURSO DE RELATO BREVE EXPOSICIONES AD HOC [2018]
Presentado con el pseudónimo Animula, vagula, blandula.
[Segundo de los 10 finalistas]
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