César Borgia
VIOLACIÓN DEL OBISPO DE FANO
Violeta son sus ojos, violetas sus vestidos
y violeta sombríos los fatigados cercos
de sus ojeras, tanto cabalgó
para llegar al alba a su palacio,
el joven, apenas consagrado obispo de Fano.
Se aguarda en la antecámara, ruido de espuelas,
charlas de cortesanos aún cubiertos de polvo.
Se espera al Valentino, César,
hijo de Alejandro, Sexto Pontífice
—el Toro Borgia sobre la silla de San Pedro—.
Gonfaloniero del Ejército del Papado,
su ambición es terrible y también su lujuria.
Piafan los caballos en el patio de piedras,
las trompetas ya claman su estridor y sonar.
Cubierto de joyas, tierra, sudor y sedas,
entra el Valentino, hinca su rodilla
y besa reverente la mano de Monseñor.
Puesto en pie, apenas, lo apresa
mordiendo la asombrada boca grana,
la aprieta y rasga con estertor de lobo;
le desgarra las ropas a puñados y con puñal al cuello
lo reduce. A la vista de todos, pasivos en su horror,
viola al joven obispo mientras
a dentelladas marca su cuerpo.
Después, sin palabras, vuelve la espalda y sale.
Tendido queda y sollozante el juvenil despojo.
Meses poco después, de vergüenza —y de sífilis—
muere el joven obispo de edad de veinte años.
Julio Aumente
Descubrí el poema en Litoral, Del goce y de la dicha, Poesía Erótica, de 1985. Me impresionó. A lo largo de los años lo busqué, pero en mi memoria había quedado equivocadamente que su autor era Antonio Martínez Sarrión.
Por fin, hace unos días, con mis Litoral en la mano, apareció.
Treinta y cinco años después he podido volver a leerlo.
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