Esta foto no tiene desperdicio y me ha llevado, una vez más, al campo de batalla del que siempre vuelvo hecho un cristo. La imagen es de 1945 y está tomada en la cárcel Modelo de Barcelona. El señor de pie a la izquierda, delante de la mesa de disección (literal), es un preso político que está pasando por el bisturí de una comisión que debe determinar si puede volver a casa o se queda en el trullo. La composición de la comisión se las trae; un cura, dos monjas, un militar, un guardia civil, un señor que pasaba por allí en el extremo de la mesa y el Gran Inquisidor con la potestad de podrirle la vida al reo. Traigo esto a colación porque por estas mismas fechas en el mismo sitio, la Modelo, estaba mi abuelo Pep, igual se conocieron con el señor de la foto. A Pep aún le quedaban un par de años. La fecha es significativa porque marca el final de la época más atroz de la inmediata posguerra (no es que lo que siguió fuera un picnic, precisamente, ni mucho menos); mientras Franco creyó que los alemanes e italianos iban a ganar la II Guerra Mundial las condiciones de los prisioneros políticos fueron de una dureza extrema. Al ganarla los Aliados y darse cuenta que había cambiado el son que tocaban se empezaron a vaciar las prisiones y campos de concentración. Bajó mucho la demografía carcelaria y empezaron a ir con un poco más de cuidado a la hora de apretar el gatillo. Pero el detalle que me ha servido de acicate para escribir estas líneas es la monja en el extremo de la mesa. Mi madre me contaba que había en la prisión una monja vasca de proporciones de aizkolari cuyo nombre desgraciadamente no consigo recordar, que le tenía un especial cariño a mi abuelo (conociendo a mi abuelo no voy a especular), y que cuando mi madre y mi abuela iban a visitar a Pep, estando él todavía condenado a muerte antes de que le conmutaran la pena (a lo mejor se lo comunicó el jerarca de la papada), le decía a mi abuela: “Pepita, te digo yo que no lo van a matar, ¡aunque me tenga que esconder a tu marido debajo de las faldas!”. Me hubiera gustado conocerla, seguro que nos hubiéramos caído bien.
FRANCESC TORRES