¡Cuánta tristeza cabe en la alegría! Esta fotografía la ha congelado para siempre. Querida Fátima Fortea, no puedo con mis sombras doloridas.
Hay días en los que deseas no despertar, atrasar la máquina del tiempo, esconderle a la guadaña su herramienta. Lo sé bien porque, últimamente, son demasiados días, demasiada gente querida, admirada, amada, que perdemos antes de tiempo. Muy antes de tiempo, precisamente en tiempos tan hostiles como el sistema que rige el mundo, que no sabe de compasión ni de empatía.
Hoy toca despedir, es un decir, porque se queda adentro de mí cuanto dure mi tiempo y mi memoria, a mi querida amiga, compañera de tantas y tantas alegrías, de tantos sueños compartidos hasta quedar sin sueño, de tanta vida que traspasaba los poros de la piel y se deshacía en confeti para celebrar, precisamente, la vida. Mi querida Fátima, una de las mujeres más hermosas que he conocido, me llevó a su mundo de guirnaldas y flores, de presente continuo, de la elegancia, el glamour y el savoir faire del que yo carecía (y carezco). Ella reunía todas esas cosas, que eran en realidad la fachada de un ser humano pensante, profundo, cuestionador y sabio.
Nos conocimos en Madrid, el Madrid que ella adoraba porque su mundo entero estaba allí, aunque añorase a sus islas bonitas cada día. No se podía ser más canaria y más universal, más glamurosa, más de izquierdas y menos resentida (confieso, que a mi me puede muchas veces ese resentimiento contra los poderes establecidos que nos machacan), más sexy y más feminista (que ya sé que no es una contradicción, pero suelen vernos de ese modo), más generosa y comprometida con las causas justas.
La conocí, decía, en 2002, en su ciudad (porque era totalmente suya, conocía a todo el mundo que valía la pena conocer y todo ese mundo la conocía y la amaba). Yo estaba en la Feria de Estampa, exponiendo, y mi queridísimo Paco Pestana exponía su obra en una galería de Madrid, así que fui a verlo. Con la sala llena de gente, de repente se abren las puertas y entra un sunami vestido de blanco, la belleza, la magia, la alegría. Era Fátima Fortea. Desde entonces, amiga incondicional mía y de Paco. Desde entonces, entró una luz inextinguible por nuestras ventanas semiabiertas. Con Fátima conocí a toda la gente que era interesante conocer, su taller alucinante, sus historias de barro esculpido y horneado, magnificas esculturas, y sus cuentos maravillosos de la Gallina Verde (libros infantiles, hoy de colección, escritos al alimón con su amiga Alicia Valiño).
La vida, el amor, el destino, o lo que sea, trajo a Fátima a Galicia. Primero a Ourense, donde al poco tiempo se hizo con el cariño y la admiración de todo el mundo. Luego a Muxía, la Muxía que conocí gracias a ella, donde también brilló con esa usina propia que tenía, donde montó su taller besando al propio mar. Esa fue la Muxía que conocí junto a sus gentes, la que me llevo a situar Abril en aquel territorio caprichosamente bello.
Por Fátima también conocí al queridísimo Mario Osorio, un pionero de la lucha incansable por la memoria histórica, de quien lloré su falta hace unos años. Fátima vino a Montederramo, a la entrega de mi Premio de las Artes de la Cultura Gallega (2018) desde Canarias, Fátima vino a mi ultima muestra antes de la pandemia en Lugo, en 2019. Fátima siempre estuvo, como estuvo para todas sus amigas, para toda «su gente», que ella decía.
Hoy, Viky Rivadulla (gracias, amiga, pese al dolor), a quien también conocí por Fátima, me dio la noticia. No hacía mucho tiempo que habíamos hablado por teléfono, lo hacíamos muy a menudo. Ella se quedó en Madrid, en el Madrid que tanto amaba, pero la llevarán a Tenerife. Yo volveré cien veces a verla en esa entrada triunfal, de reina absoluta, en la Factoría del Perro Verde. Aquí es donde me gustaría de verdad creer en cosas en las que no creo, pensar que ella y Paco estarán juntos y que yo pueda sumarme a ellxs en su momento. Pero no creo, y ya me duele. Me duele tanto perderte como me apropio de tu alegría, de la alegría que de algún modo me enseñaste. Querida Fátima, compañera del alma, compañera: Hasta la Victoria, Siempre.